El apagón eléctrico del pasado 28 de abril puso a prueba la resistencia de nuestras infraestructuras. Durante varias horas, millones de ciudadanos se vieron afectados por cortes de suministro que paralizaron servicios públicos, sistemas de transporte y actividades cotidianas. En medio de esta situación crítica, la iluminación —en todas sus formas— demostró ser un elemento esencial para la seguridad y el bienestar colectivo.
Por un lado, el alumbrado de emergencia funcionó con discreción, pero con eficacia decisiva. Se convirtió en la única fuente de luz disponible en numerosos espacios, permitiendo mantener la calma, facilitar evacuaciones ordenadas y evitar accidentes. Según establece la normativa, la autonomía mínima de estas luminarias debe ser de una hora. El apagón permitió comprobar, desde el punto de vista del usuario, si los sistemas instalados respondían a esta exigencia. Todas aquellas luminarias que se apagaron antes de ese tiempo deben ser revisadas o sustituidas, ya que su correcto funcionamiento es vital en cualquier escenario de emergencia.
El suceso también pone de manifiesto una realidad que no debemos ignorar: muchos sistemas de alumbrado de emergencia siguen sin el mantenimiento adecuado o sin revisiones anuales certificadas, y siguen tratándose como una partida menor en proyectos e infraestructuras. Además, la integración de la señalización de evacuación en estos sistemas sigue siendo desigual, y la digitalización —clave para una supervisión eficiente— aún no está generalizada.
Pero más allá de la emergencia inmediata, el apagón también evidenció un problema estructural: la falta de una infraestructura de alumbrado moderna, eficiente y sostenible. Solo cuando la luz desaparece tomamos conciencia de cuánto dependemos de ella. La iluminación no consiste solo en lámparas, luminarias o cualquier otro sistema de iluminación, sino en diseñar entornos visualmente confortables, seguros y adaptados a las necesidades reales de las personas. La infraestructura lumínica del siglo XXI debe responder a criterios de sostenibilidad, ergonomía, eficiencia energética y calidad visual, tanto en exteriores como en interiores. El alumbrado en la edificación tanto en obra nueva, rehabilitación o en cualquier infraestructura debe considerarse desde el proyecto es decir desde el principio.
Desde ANFALUM se hace un llamamiento a impulsar la renovación del parque de alumbrado en España, apostando por tecnología de última generación que cumpla no solo con los estándares normativos, sino también con los nuevos retos de digitalización, ahorro energético y bienestar. Iluminar adecuadamente es una cuestión de salud pública, seguridad y calidad de vida.
El apagón del 28 de abril ha sido una llamada de atención. El alumbrado de emergencia ha demostrado ser un héroe silencioso, y la iluminación general —cuando falta— nos recuerda lo esencial que es. Es momento de reconocer su valor, invertir en su mejora y situarla en el centro de la conversación sobre resiliencia y sostenibilidad.
Fuente: ANFALUM
Comentarios